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La historia de mi cabello

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Para mí, el cabello siempre ha sido mucho más que un simple accesorio estético. Es mi imagen, mi fuerza (como Sansón), pero también el reflejo de cómo estoy emocionalmente. Mi cabello ha sido espejo de mis etapas, mis crisis, mis aprendizajes y mis transformaciones. Llegar a este entendimiento no fue fácil: pasé por muchos traumas y pruebas que hoy, con perspectiva, agradezco.

Mi infancia: entre enredos y honguitos

Según cuenta mi mamá, cuando nací tenía el cabello como “espantado”: liso, parado, rebelde, imposible de dominar. Ninguna diadema lo acomodaba y las colas se me resbalaban. Un día mi mamá se rindió y dejó de intentar peinarlo.

Al crecer, mi cabello también lo hacía. Siempre ha sido grueso y abundante, con tendencia al frizz. De pequeña vivía con enredos, y la solución de mi mamá fue cortármelo tipo “hongo”. Corto, redondeado, práctico… pero literalmente parecía un honguito.

Adolescencia: el rojo soñado y el desastre naranja

A los 14 años tuve la brillante idea de hacerme rayitos. Mi cabello era negro intenso, así que el proceso implicó una decoloración fuerte. Al año siguiente, como regalo de mis 15, mi mamá me dejó teñirme de rojo. Lograron el tono en el salón y me sentía encantada… pero la magia duró apenas quince días.

No sabía cuidar un color tan intenso, tampoco tenía los recursos económicos para mantenerlo ni nadie me explicó qué implicaba. Fui a un salón de los que solo hacen “lo que pides”, sin advertirte de los daños, sin ofrecerte productos para cuidar tu cabello. El rojo pronto se convirtió en naranja, y con la raíz negra creciendo, mi solución fue ahorrar de mi mesada para comprar tintes negros. El resultado: un cabello maltratado y desigual. En ese momento decidí no volver a teñirme nunca más. Pasé un par de años dejando crecer mi cabello hasta cortar toda la parte decolorada.

Juventud: la plancha, la salvación momentánea

A los 18 años empecé a trabajar y con mis ingresos pude invertir un poco más en mí. Compré mi primera plancha, que para mí fue la salvación: ya no se veía esponjado, sino lacio y manejable. Con el tiempo fui mejorando los productos que usaba, conforme mi salario lo permitía.

En 2010 quise un cambio y me hice un corte estilo “Bob” largo. Me gustó, pero requería plancha diaria y cortes frecuentes. Un día, al no conseguir cita con mi estilista, me arriesgué en otro lugar. Error fatal: lo dejaron aún más corto y mal hecho. Lloré al ver mi reflejo. Fue ahí donde juré no volver a cortármelo demasiado corto.

Me dediqué entonces a visitar a mi estilista cada mes solo para puntas y tratamientos comerciales. Haciendo uso de un secreto ancestral: cada noche me realice trenzas suaves. Al trenzar con delicadeza, no solo evitamos enredos y protegemos el cabello, también estimulamos su crecimiento con el contacto de nuestras manos, que transmiten energía y cuidado consciente. Hasta que para el 2015 logré que creciera hasta la cintura.

Los 30: las canas y la henna

Cuando cumplí 30 años me golpeó una pequeña crisis de edad. Las canas me acompañaban desde la adolescencia, pero ya eran muchas y alguien llegó a compararme con una señora de 50. Eso me afectó y decidí volver a teñirme. Esta vez elegí opciones más naturales: henna mezclada con otros ingredientes.

El resultado era radiante, pero el proceso agotador: necesitaba casi un día entero para aplicarla. Aun así, con disciplina, mi cabello lucía cuidado y fuerte. Solo lo lavaba 2 o 3 veces por semana, usaba menos plancha y cada semana me hacía una mascarilla diferente (nutrición, hidratación o reparación). Si no la hacía, mi cabello lo resentía de inmediato.

La pandemia: caída, frizz y desesperación

Con la pandemia, el tinte que usaba se volvió escaso y de mala calidad. Terminé recurriendo a tintes comerciales, mientras mi salario se reducía y el cuidado personal dejó de ser prioridad.

El estrés acumulado desencadenó enfermedades: dermatitis por el uso diario de mascarilla, una infección urinaria fuerte por no hidratarme en la oficina… y lo peor: la caída del cabello. Cada vez que me bañaba se me caían puños enteros. Al barrer la casa, el piso estaba lleno de cabellos.

Mi estilista me recomendó productos comerciales, los probé sin éxito. Incluso visité a un dermatólogo que me recetó más productos, igual sin resultados. Nadie me habló de lo natural ni de lo emocional.

Un día, mi pareja me mostró una foto de mi cabeza: tenía un claro de 1.5 cm sin cabello. Lloré. Y allí decidí que no podía rendirme.

El despertar: lo natural y lo emocional

Empecé a investigar en línea y encontré recetas naturales. Probé infusiones herbales, oleatos caseros y, con ensayo y error, fui descubriendo lo que mejor funcionaba para mí. Dejé atrás los productos comerciales para la alopecia y me entregué por completo a lo natural.

En ese camino conocí los aceites esenciales de doTERRA. Investigué y vi que eran el complemento perfecto para mis fórmulas. Mi cabello empezó a mejorar y, poco a poco, yo también.

Pero la verdadera transformación llegó cuando empecé a trabajar mi interior. Tomé terapias alternativas, talleres, cursos como el de Las 5 heridas de la infancia, acompañado de microdosis y lectura de biodescodificación. Comprendí que toda enfermedad tiene raíz emocional, que el cuerpo refleja lo que callamos, y que el cabello también habla.

La Teoría Polivagal de Stephen Porges me hizo mucho sentido: nuestro cerebro recibe un 20% de información desde la mente, pero un 80% desde el cuerpo, donde se alojan las experiencias y los traumas.

Con todo esto, mi cabello se recuperó. Brillante, sano, sin frizz, sin necesidad de plancha. Mis compañeras notaban el cambio y me pedían consejos. Al poco tiempo, algunas me ofrecieron pagarme para que yo misma les preparara tratamientos. Así comencé a vender infusiones, oleatos y mascarillas caseras.

Nace un propósito

Al notar que estos productos caseros duraban poco, empecé a investigar cómo elaborar tratamientos naturales que fueran conservables. Entre 2023 y 2024 tomé varios cursos, pero me encontré con obstáculos:

  1. Los nombres de los productos variaban mucho.
  2. Fue difícil encontrar proveedores realmente naturales.
  3. La asesoría era nula o limitada.
  4. En Guatemala no encontré nadie que enseñara desde cero productos 100% naturales.
  5. La mayoría de cursos eran en línea y con respuestas lentas.

Decidí entonces investigar por mi cuenta y perfeccionar mis fórmulas, probándolas con amigas hasta dar con las adecuadas para cada tipo de cabello.

Hoy, más de un año después de usar únicamente mis productos, puedo decir que mi cabello está sano, brillante, hidratado, con puntas selladas… ¡y ya cumplí un año sin cortármelo!

El recordatorio más reciente

En enero de 2025 me fracturé el pie derecho y me fue imposible preparar mis productos. Compré un shampoo y acondicionador que antes “me caían bien”. Error: me dio picazón, frizz y opacidad. Apenas pude volver a preparar mi kit, mi cabello “respiró” de nuevo.

Eso me confirmó algo: los químicos presentes en la mayoría de productos convencionales no solo dañan la fibra capilar, también debilitan la microbiota y la película hidrolipídica natural del cuero cabelludo, impidiendo que el cuerpo genere sus propias barreras protectoras. En cambio, los ingredientes naturales trabajan en armonía con nuestra biología, nutriendo y permitiendo que el cabello se autoregenere.

También comprendí que el cabello, como el cuerpo, tiene ciclos. No solo hablamos de sus fases biológicas (crecimiento, transición y caída), sino de su estrecha relación con las emociones y los procesos internos. Una crisis física o emocional puede reflejarse en el cabello con caída, frizz, opacidad o fragilidad. Desde lo espiritual, muchas culturas han visto al cabello como antena energética y símbolo de fuerza vital. Puedes leer más sobre esta conexión en 👉 Cabello y emociones: el lenguaje silencioso del cuerpo.

Por eso, además de cuidarlo con lo natural, necesitamos escucharnos y sanar desde adentro. El cabello habla cuando el cuerpo susurra (y a veces grita), recordándonos que la salud capilar es reflejo de nuestro equilibrio físico, emocional y espiritual. Aquí te comparto más en 👉 Cuando el cuerpo susurra (y a veces grita).

Hoy mi cabello es mi fuerza, mi espejo y mi maestra.
¿Y tú? ¿Cuál es la historia de tu cabello?


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